Vendrás por los infectados y la tensión, pero te quedarás por la historia y los personajes.
Los acontecimientos, que llevarán a los protagonistas de la secuela a una agónica odisea en tren, comienzan con un anciano herido en el cuello caminando sin rumbo por Seúl hasta acabar en la entrada de la estación donde cae. Ante el pasotismo general de "que le ayude otro", sólo un mendigo se muestra con la intención de asistir al anciano. Al mismo tiempo, una chica discute con el maltratador de su novio y un padre busca a su hija fugada de casa. Así se inicia el periplo de estos personajes en la noche más larga de sus vidas.
Hay pelis apocalípticas donde en un momento de la trama, uno de los protas añora la vida anterior por ser mejor y más fácil. Eso no lo haría ninguno de los protagonistas de Seoul Station. Su vida es miserable antes y después. La única diferencia es que con los infectados hacen más cardio.
La grandeza y luminosidad de la capital surcoreana contrasta con la pobreza de sus ciudadanos invisibles que duermen en las calles y albergues. El colectivo que ignora al individuo fracasado. Y será este último, infección mediante, quien muestre su equivocación a la sociedad.
La violencia de genero vuelve a estar presente en esta historia. La primera conversación de la protagonista con su manipulador novio, muestra una relación nociva de manual. Y no será la única sorpresa que nos tenga reservada la peli en este sentido.
Lo de este director y la violencia contra las mujeres es para analizarlo. Aunque sus protagonistas sean hombres (lo pero de lo peor) siempre hay una mujer (o mujeres) que acaban mal, por muy secundario que sea su rol en la historia. Y es que en sus historias las mujeres y los animales son el último eslabón de la cadena de maltrato del hombre.
El por qué de la deriva del director hacia el género apocalíptico, tras sus anteriores historias de realidad pura y dura, podríamos encontrarlo en una frase de uno de los protagonistas de su primera película, The King of Pigs, donde Heechul decía aquello de para acabar con un monstruo tienes que convertirte en uno. Sang-ho habrá pensado que la única forma de acabar con el monstruo de la humanidad es otro monstruo derivado de la maldad humana.
Lógico es pensar que Train to Busan y Seoul Station sean las historias más optimistas del director (Una pregunta lógica que surge: ¿cómo serán las otras?).
Como en todo cine surcoreano (y asiático, en general) que se precie la policía hace acto de presencia para liarla más si cabe. Si aparece un policía, antidisturbios o militar es que se va a poner la cosa muy fea. Sea por el motivo que sea, el cine asiático no ve a las fuerzas de seguridad como un elemento de seguridad (valga la redundancia). Estos personajes suelen ser inútiles en el mejor de los casos, rayando, en muchos casos, una discapacidad mental adquirida.
Un elemento a favor de la tensión que tienen estas pelis ambientadas fuera de Estados Unidos, donde tener un revolver es más fácil que sacar un libro de la biblioteca, es no contemplar el enfrentamiento como método aceptable para lidiar con la horda. La falta de armas de fuego unido a infectados rápidos y resistentes, hacen mucho por el agobio común. También es verdad, que en el cine americano siempre intenta acabar con un posible triunfo de la humanidad (como referencia: Soy Legenda libro y películas) y al cine asiático, eso de que una peli acabe bien, les da bastante igual. Y un director como Sang-ho ni lo contempla.
Gente que quiera una historia de infectados con un final que le deje la cara torcida, vayan pasando a la estación.
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