También cuenta con la colaboración de la actriz Mariska Hargitay (Ley y Orden: Unidad de Víctimas Especiales), dedicada a prestar ayuda a las víctimas de abusos y violaciones.
Un documental que, de no ser real, sería todo un ejercicio de surrealismo.
Soy Una Prueba (I Am Evidence) recorre los Estados Unidos —con especial atención a la ciudad de Detroit— para mostrar el proceso a la hora de manejar los kits de violaciones: almacenarlos y olvidarlos.
Grandes edificios medio en ruinas (en los que no es muy difícil entrar) contienen miles de cajas con tests que nunca han sido analizados. A mayor número de violaciones, menos caso se hace a los kits. No hay que hacer una montaña de un grano de arena, como dicen algunos.
No tardamos en escuchar confesiones en las que un agente de la ley utiliza, en informes escritos, términos como guarra y similares para referirse a la mujer violada. Eso si la víctima tiene suerte. Puede que le toque denunciar ante el agente que, directamente, lanza su test a la basura, porque no cree en su testimonio y solo quiere arruinarle la vida a un pobre hombre. Al otro lado del atlántico, el cuento sigue siendo el mismo.
Como de costumbre, la lucha por sacar la verdad queda en manos de las víctimas y de activistas que dedican gran parte de su tiempo a sacarles los colores a las autoridades y al sistema judicial. Tampoco va a faltar un juicio en el que el abogado hace la clásica pregunta de "¿cómo iba vestida?" o "¿hubo intercambio de dinero?".
Todas sabemos que las mujeres se clasifican en dos categorías: guarras o putas. Y no son excluyentes.
Por suerte, siempre hay un juez entrado en años y experto en leyes para poner el interrogatorio en orden y se limita a mascar chicle en silencio con cara de pocos amigos.
El problema viene cuando los violadores, al ver que nadie los busca ni les recrimina nada, siguen violando, y claro, violan a una mujer que sí acaba en las noticias. Ahí es cuando se ponen a analizar kits como locos y se descubre la "sorpresa": el tío tras años de impunidad, es ya todo un violador/asesino en serie al que cogen y condenan a treinta y pico años o cadena perpetua.
¿A cuántas mujeres se podrían haber salvado si hubiesen analizado el primer kit? Ahí es donde aparecen la supervivientes para seguir presionando y obligar a que se analicen todas las pruebas y evitar que se destrocen nuevas vidas.
Ante quienes dicen que no pasaba nada, la HBO se saca un documental, con una prueba contundente tras otra, de que SÍ está pasando algo muy grave y debe solucionarse.
Como absurdo consuelo, las supervivientes de Soy Una Prueba saben, que de atraparse a su violador, las condenas de cárcel superarán los 10 años. Mujeres de todo el mundo deben contentarse con seguir vivas tras una violación... si las dejan.
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