La historia está protagonizada por Noémie Merlant y Adèle Haenel, cuyos personajes demuestran que la vida de las mujeres nunca ha sido fácil. Ni siquiera en una Francia al borde de su libertad, igualdad y fraternidad.
A finales del siglo XVIII, Marianne (Merlant), una pintora reconocida, es contratada para pintar el retrato de Héloïse (Haenel), una joven recién salida del convento. La madre de esta quiere casarla con un noble, y necesita un retrato de su hija para enviar al futuro marido. La dificultad reside en que la pintura debe realizarse sin que la joven se entere.
El aspecto que más llama la atención de Portrait of a Lady on Fire es que Sciamma se las arregla para crear un mundo donde solo vemos mujeres, pero que no escapan del control de los hombres.
La historia no tiene ningún protagonista masculino. Estos no aparecen en pantalla y, sin embargo, guían todo lo que acontece en la vida de las protagonistas. No vemos la acción del hombre; solo las consecuencias que pagan las mujeres.
El sensación de encarcelamiento se ve acentuada por el escenario de la cinta. La familia de Héloïse vive en una remota isla de Bretaña. Otra cárcel más para mantener vigiladas a las mujeres de la familia.
Ambas protagonistas representan los dos extremos de la sociedad de la época. Marianne es la artista de espíritu libre, mientras que Héloïse es la joven que pasa de estar encerrada en un convento a vivir enclaustrada en una isla antes de acabar en un matrimonio concertado que no desea.
Estamos ante un ejemplo excepcional de cómo, una vez el patriarcado ha dejado su impronta en la conducta que se espera de una mujer, no es necesaria la presencia de un hombre para velar por el sistema. Basta con que haya una mujer con la lección bien aprendida. El cuento de la criada con un 0% de ficción.
A pesar de lo visto en las entregas de premios, 2019 no ha sido un año donde hayan escaseado las películas dirigidas y protagonizadas por mujeres. Mujercitas, The Nightingale, The Farewell o La tercera esposa sirven de ejemplo.
Aunque la guinda del pastel la hayan puesto los César premiando a Polanski, gala que la propia Adèle Haenel abandonaba muy enfadada (y con razón).
Este hecho no hace más que demostrar y dar validez a todo lo que nos cuenta Sciamma en su última película: no estamos en la ficticia Gilead de un futuro cercano; esta es la Francia del siglo XXI y es muy parecida a la del XVIII.
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