The Witch: A New-England Folktale (La Bruja, en España) es una co-producción estadounidense, inglesa y canadiense para este 2016 y significa el debut de su director, Robert Eggers, consiguiendo llevarse premios por cada festival al que ha acudido, Sundance incluido.
Una cinta de terror y misterio que juega con nuevas reglas alejadas del tan trillado recurso: efecto de sonido-primer plano-susto, al que el género ha sido relegado.
En 1630, una devota familia, originaria de Inglaterra, intenta construir una nueva vida en Nueva Inglaterra, al otro lado del Atlántico. Viviendo alejados de la sociedad, en las inmediaciones de un siniestro bosque, la vida familiar dará un vuelco cuando el hijo menor desaparece.
El mal rollo está presente en toda la película. La comunidad es cerrada, la familia es opresiva, incluso la naturaleza es asfixiante. No hay lugar al que huir. La sociedad de la época está marcada por un profundo sentimiento religioso donde el pecado es innato y acecha bajo cualquier forma. El miedo a la condenación eterna y la ansiedad provocada por la imperfección de hombre, llevan el mal a la casa de la familia.
Como aparece al final de la cinta, los diálogos están sacados de documentos de la época y se ha seguido al pie de la letra la vida de las gentes de la época. Siendo así, queda claro que, aún quitando la brujería y magia negra de la ecuación, la sociedad peregrina era un lugar bastante siniestro.
En la historia queda el foso del fanatismo religioso como elemento perjudicial para la convivencia, tanto conjunta como individualmente. La religión como norma de vida y comportamiento social es base para la historia y desencadenante de los sucesos.
Como curiosidad, en Estados Unidos, El Templo Satánico (el nombre es más para trolear y no veneran a Satán y dicen proclamar la igualdad, la justicia social y la separación Iglesia-Estado) ha promovido la cinta para abrir el debate sobre la religión.
Dejando de lado la religión (cosa difícil en este caso), la historia se las arregla para hacer dudar al espectador y sorprender con sus giros, sin saber hasta el último momento por dónde va a salir la cosa. Bastante mérito tienen sus 6 actores, de entre los cuales, los 4 niños se llevan la palma con sus complejas interpretaciones.
El folklore y las leyendas son otros de sus elementos. La película, a fin de cuentas, es un siniestro y macabro cuento de terror, estilo a los hermanos Grimm antes de pasar por las manos de Disney.
Una buena historia de miedo y cuidada película con una banda sonora (incluyo las canciones de la niña) que redondean la sensación de agobio e impotencia, especialmente, de la principal protagonista, Thomasin (Anya Taylor-Joy).
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