La serie, que ha contado con el director Tom McCarthy (Spotlight) para sus dos primeros episodios, no trata la situación como algo excepcional sino como una realidad a la que se ven sometidos todos los jóvenes.
Clay Jensen (Dylan Minnette) encuentra en la puerta una caja de zapatos con unos cassettes. Estas cintas pertenecen a Hannah Baker (Katherine Langford), una chica del instituto que ha cometido suicidio. En ellas explica, que si ha recibido la caja, es uno de los motivos de su muerte.
La trama desarrollada durante sus 13 episodios (cada uno enfocado en una persona) es un drama envuelto en un thriller que va in crescendo hasta el fatídico desenlace. A pesar de conocer el final de la protagonista desde el minuto 1, no deja de resultar menos impactante.
La historia sigue a Clay en el presente, lidiando con la situación tras el suicidio y cómo se intenta encubrir el asunto, y a Hannah a través de flashbacks, mientras cuenta cómo pasa de ser la chica nueva a la guarra del instituto.
Netflix ya contaba con el documental de Audrey&Daisy sobre la impunidad de estos crímenes tan extendidos e invisibilizados como cosas de adolescentes. Esta serie, también profundiza en el slut-shaming y la estigmatización que persigue a las víctimas.
El descenso a los infiernos de Hannah comienza con una foto robada y el bulo, difundido por unos de los chicos populares, de que se ha acostado con ella. A partir de ese momento, se abre la veda. Pasa a ser la chica fácil y guarra, objetivo de todo tipo de acoso y burlas.
Somos testigos de cómo una joven extrovertida, inteligente e ingeniosa, pasa a ser una paria empujada al suicidio. Una delgada línea que se cruza con toda crudeza, separando lo que sería la típica serie de adolescentes del cruel mundo de los adultos. Éstos lo achacan a cosas de instituto que todo el mundo sufre y hay que pasar, y quieren quitarse el muerto (muerta en este caso) de encima cuanto antes. Como es de esperar, el instituto se lava las manos y no tarda en contratar abogados para hundir a la joven muerta.
Por un lado, los adolescentes no pueden lidiar con sus problemas y, por otro, los adultos (padres y profesores), no tienen ni idea de la magnitud del problema hasta que es demasiado tarde.
Falta de comunicación, falta de empatía, simplificación del problema y la vergüenza se unen en una bomba, con el plus de las redes sociales.
La violencia machista se presenta en todas sus formas. Desde la cosificación de la mujer, entendida como forma de halago por los chicos, hasta el por qué vas sola a estas horas, pasando por el si está borracha-desmayada es que quiere follar y sin olvidar el No que es un Sí, pero se hace la dura.
La impunidad de los agresores es otro de los focos. Todo un clásico.
Varios capítulos cuentan con una advertencia al inicio sobre las escenas que van a tener lugar, ya que en todo momento se va de frente y no se deja nada a la imaginación. Granito a granito, la joven llega a la fatal decisión de acabar con su vida. Una de las escenas más explicitas y chocantes de la serie.
Un retrato completo de una realidad muy frecuente e ignorada (cada vez menos, por suerte). La serie de Netflix no deja ningún tema por tocar (hay mucho más a lo comentado y un spoiler arruinaría los giros) y es complicado no verse reflejado en alguno de sus variados personajes.
Tras acabar la serie, es inevitable plantearse si acabaríamos teniendo nuestra propia cara de cassette.
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