La familia Saeki sigue ampliando su lista de víctimas 20
años después de su irrupción en el cine de terror, y lejos de su creador,
Takashi Shimizu.
Ju-On: Origins se
presenta como precuela de la famosa saga de películas de terror. Sin embargo,
lejos de querer incidir en el origen de la maldición, se centra en explotar sus
ingredientes clásicos con una nueva perspectiva aún más cruda.
Su búsqueda se alargará desde finales de los 80 hasta
mediados de los 90, mientras somos testigos de los destinos que deparan a todo
aquel que ha entrado o vivido en la casa durante este intervalo.
La serie sigue la misma estructura que las películas: varias
historias protagonizadas por distintos personajes que se interconectan en
determinados momentos.
Aunque los fantasmas siguen estando presentes y dando algún
que otro susto, la parte más aterradora de la serie viene por parte de los
humanos. Al fin y al cabo, la saga Ju-On (La Maldición) siempre ha girado en
torno a la violencia contra las mujeres y las niñas/os.
El fantasma de Kayako sigue poniendo los pelos de punta,
aunque en esta ocasión actúa más como testigo de la locura que desatan los
humanos que “caen bajo su maldición”.
De hecho, los sustos por parte de los fantasmas son bien
recibidos, pues suponen un descanso de las escenas de violencia explícita, las
cuales van desde violaciones hasta infanticidio, pasando por asesinatos a
cuchilladas.
Los fantasmas no parecen tan malos tras ver a violadores,
maltratadores, puteros y pederastas protagonizar algunas de las historias que
muestra la serie. Y las acciones de estos nada tienen que ver con la casa
maldita.
Si eres de esas personas que le dan más miedo los fantasmas que las personas -dejando de lado el absurdo de la afirmación-, Ju-On: Origins te invita a que centres tu atención en los vivos que te rodean más que en los muertos.
Para acrecentar el clima de violencia y locura, cada vez que
se escucha una noticia ofrecida por el informativo, esta informa de un
asesinato, violación o crimen que tuvo lugar en Japón, como el ataque con gas
sarín en el metro de Tokio del 95 perpetrado por la secta Aum Shinrikyō.
Los espíritus vengativos siempre han formado parte del
folklore japonés y han servido de inspiración para el cine de terror desde hace
años.
Ringu de Hideo Nakata marcó un antes y un después en el cine
de terror japonés e internacional. No solo se convirtió en un éxito en taquilla
que pasó a tener su remake surcoreano (The Ring Virus) y americano (The Ring),
sino que abrió la puerta a un cine de terror que daba todo el protagonismo al
espíritu vengativo.
Nakata adaptó la novela homónima del escritor Kōji Suzuki, donde siempre la
protagonista principal ha sido Sadako Yamamura, la mala malísima… o puede que
no tanto.
La historia del personaje ha ido incrementándose y
explicándose a través de novelas, cómics y películas, pero siempre manteniendo
un hecho violento como su origen.
En la película, Nakata optaba por que Sadako
era una niña con poderes, la cual era asesinada y arrojada a un pozo por su
padre, mientras que en la novela incluía más elementos críticos.
Además de tener unos poderes, Sadako, 19 años, era intersexual y “moría” al ser arrojada a un
pozo tras ser violada. El violador descubría que era una persona intersexual y
siente tal asco que decide arrojarla a un pozo para que muera.
Inaba y Suzuki convertían en un clásico del terror una
historia sobre la violencia contra las mujeres.
¿Era la primera vez que esto ocurría? Para nada. En el 72
Wes Craven (Pesadilla en Elm Street, Las Colinas Tienen Ojos, Scream) debutaba con su película más
aterradora: La Última Casa a la Izquierda.
Lo que hace que esta película sea más perturbadora y asquerosa que
cualquier pesadilla de Freddy es que los sucesos que dan base a la película,
además de explícitos, son creíbles.
Volviendo a Japón, Inaba abría las puertas de este tipo de
cintas pequeñas al gran público.
Casualidad o no, Takashi Miike debutaría en
1999 con Audition (Ōdishon), una película de terror que habla del machismo en
la sociedad japonesa a la vez que rompe con todas las reglas del género a nivel
estético y sonoro. No hay lugares oscuros, música de tensión ni sustos. Y aún
así es de las películas de terror más difíciles de ver.
El éxito de Inaba dio luz verde a que la saga de Takashi
Shimizu diera el salto al cine. Las dos primeras entregas de Ju-On fueron
directas al videoclub, pero entre el boca a oreja y el éxito de Ringu, la saga
debutaría en salas en 2003, sería un éxito de taquilla y acabaría siendo
apadrinada por Sam Raimi para tener su propia saga remake-continuación americana.
Shimizu tenía como mentor a Kiyoshi Kurosawa (Creepy), director
que destaca por sus películas de terror y suspense, quien enfrenta a unos personajes
viviendo una vida normal —lo que no quiere decir que sea feliz o exenta de
penurias y abusos— a una situación irracional.
El objetivo no es tanto mostrar un misterio a resolver por
medio de métodos poco convencionales, como médiums o exorcistas, sino el cómo
se ha producido y sus efectos.
Como alumno de Kurosawa, Shimizu supo colocar como piedra
angular de su saga de terror un hecho tan terroríficamente cotidiano como la
violencia machista. El patriarca de los Saeki, Takeo, asesinó a su
mujer, Kayako, cuando sospecha que le es infiel.
Por si fuera poco, culmina su venganza matando a su hijo
Toshio y al gato de este, dando lugar al inicio de la maldición.
Antes de dar el salto al largo, Shimizu presentó sus
personajes en dos cortos que pueden encontrarse en YouTube, 4444444444 y
Katasumi.
La serie ya no corre a cargo de Shimizu, pero sí conserva y renueva los elementos de la saga para enfatizar la maldad humana.
De hecho, los 6 capítulos de 20 minutos de duración bien
podrían haber sido una nueva película. Sin embargo, su debut en Netflix ha
optado por dosificar las escenas perturbadoras.
Ju-On: Origins confirma que la saga de terror puede
alargarse en el tiempo todo lo que desee, ya sea con una segunda temporada o
nueva película, pues la maldad es omnipresente y supera la barrera del espacio-tiempo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario