La miniserie de la HBO escrita por David E. Kelly y dirigida por Jean-Marc Vallée (Dallas Buyers Club), adapta la novela de mismo título escrita por Liane Moriarty.
Una serie que durante sus 7 episodios mezcla elementos de comedia negra, drama y thriller, donde toda escena es relevante para el desarrollo de su trama.
Jane (Shailene Woodley) es una madre soltera que se muda a Monterrey para empezar una nueva etapa de su vida. Rápidamente, se hace amiga de Madeline (Reese Witherspoon) y de Celeste (Nicole Kidman), cuyos hijos asisten a la misma clase de la escuela primaria. La idílica vida de la comunidad será alterada cuando Ziggy (Iain Armitage), hijo de Jane, sea acusado de estrangular a Amabella (Ivy George), hija de Renata (Laura Dern), la madre más popular de la escuela. Este suceso pondrá en marcha la maquinaria que derivará en la escena inicial de la serie: un asesinato.
Sólo 7 episodios bastan para solucionar toda su trama principal y desarrollar muchas otras para tratar los temas del bullying, violencia machista, abusos sexuales, libertad de expresión (con su espectáculo de títeres, incluido), infidelidades, celos, etc. Todo englobado desde la perspectiva del matrimonio y la paternidad. Este último, es el tema central de la serie y objetivo de su crítica, más allá de saber a quién han matado y por qué.
Todo se desarrolla usando como excusa a los niños, que no entienden muy bien qué es lo que ocurre, y son utilizados como peones en las maquinaciones de sus padres y madres. Una simple fiesta de cumpleaños les vale de excusa para hacer sus demostraciones de fuerza y popularidad.
Ninguno de los diálogos de la serie tiene desperdicio y todos los personajes están construidos al milímetro. Los niños actores, como Iain Armitage (será el joven Sheldon Cooper en el spin off de Big Bang) o la original Darby Camp están a la altura de sus mayores donde destaca el matrimonio interpretado por Nicole Kidman y Alexander Skarsgard.
Cada matrimonio de la serie es diferente, al igual que lo son sus hijos. Lo que sí comparten es su nulo interés por lo que quieran sus vástagos o cómo se sientan. Eso se lo dictan sus progenitores y los moldean según sus intereses vitales.
El retrato que se hace de los maltratadores es muy ilustrativo y tan real y terrorífico como la vida misma. Se demuestra que no se necesita un monstruo de otro planeta o un espíritu maligno para crear una atmósfera de tensión y miedo. Los malos de verdad caminan a la luz del día, a plena vista y caen bien a la gente.
A pesar de toda lo exagerada que pueda parecer una trama con ese comienzo y acabe con un asesinato, lo cierto es que todo lo que dicen los padres y sus comportamientos son cosas que se dicen y hacen en la realidad (quitando las mansiones a pie de playa, claro).
Sólo hemos de prestar atención a estas fechas: estamos en meses de comuniones y raros son los padres que no intentan organizar una fiesta por todo lo alto para restregársela a los demás por la cara.
Ni Dios ni Jesucristo tienen nada que ver con el asunto. Lo de la iglesia es un mero trámite para el fiestón. Al menos, es lo que saco en claro de la experiencia, aunque puede ser un error de comprensión por mi parte, al no ser una entendida en el catolicismo.
Big Littles Lies es una de esas series para ver en un maratón y reflexionar sobre la gran responsabilidad que conllevan la paternidad, la educación y las relaciones de pareja.
Es una de las series que marcará 2017 y ya estás tardando.
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